Cuántas dificultades atravesamos comúnmente cada uno de nosotros. Dificultades menores y también de las otras, de aquellas que vuelven a definir nuestra mirada de la vida, nuestro estar en ella…y a juzgar por lo que nos pasa y por cómo luego permanecemos, no pocas personas van dejando de creer que la vida es mucho más que todas las limitaciones que se nos presentan. Hay quienes dejan de creer abruptamente, definitivamente y hay quienes dejan de creer de a poco. Entonces la vida a su alrededor se va a apagando y crece la desconfianza, la competencia, el desánimo, la desesperanza…
Cuando todo rueda, todo está bien. Por ejemplo, en la práctica de yoga y meditación lo veo comúnmente. Cuando todo está bien, y tenemos tiempo y salud, cuando no se nos presentan dificultades entonces practicamos, con “disciplina” y nos proponemos hacer este camino para siempre. Pero luego surgen las dificultades y ya no es lo mismo. Cuando la vida parece no “reflejar” lo que buscábamos en la meditación entonces empezamos a abandonar el camino.
Creo que ahí se nos presenta una dificultad de comprensión, no intelectual sino comprensión en cuanto a experiencia. La vida espiritual no es exterior y la mayoría de las veces no puede “constatarse” con lo que se ve. La vida espiritual, que me gusta llamar la vida definitiva, (porque le da sentido, la define y es lo último que buscamos todos, sepámoslo o no) es una experiencia interior que sólo usa lo que se ve como especie de ropa que va poniéndose y sacándose. No tendríamos que mirar cuánto de esa vida espiritual se ve por fuera sino, cuánto de ella, cuánto del viento del Espíritu está por dentro, sosteniéndonos, “soplando” en nuestro interior y desde ahí alimentando una conciencia de que la vida es más y puede más. Esa es tarea de la práctica, eso ocurre a partir del compartir con otros y escuchar y compartir, no las técnicas y los libros sino, la vida misma y la fe en ella.
Nuestras prácticas de meditación y de yoga, nuestro compartir en ananda, deberá tener en cuenta esa otra dimensión: transmitir una experiencia. Con los gestos, con la presencia, hacer que en el corazón nuestro arda la fe como experiencia interior, como fuente de vida, como resguardo para el que sufre el desaliento o la desesperanza, como alivio para el que adolece.
Si bien las prácticas (el caminar) y lo que vamos experimentando es personal, se vive en soledad, esto no significa que sea aisladamente. No caminemos a solas pues sino, cuando caiga la noche de la desesperanza, ¿qué va a sostenernos? ¿Quién nos recordará que la vida pulsa interiormente más allá de lo que se ve? ¿Qué gestos, iluminarán nuestro caminar? Caminemos a solas, amando esa soledad en la que hemos nacido como criaturas y también vayamos descubriendo la bendición de hacerlo “acompañados”, maravilla que el ser humano aprende a realizar creciendo y andando su propia historia. Pongamos en común. Hagamos pues, comunidad.
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