OEn la tradición hindú es muy común encontrar pasajes en las escrituras donde se dice que el gurú es la barca que nos lleva a la otra orilla de la existencia, del sufrimiento a la plenitud. En la tradición hebrea, el monte o la montaña es lugar de encuentro con Dios y el desierto es lugar de búsqueda. Y en la primer tradición cristiana ambos símbolos están presentes agregándose además que gran parte de la vida pública de Jesús y sus amigos transcurrió a orilla de los lagos, en medio de barcas y entre pescadores, aunque esto no fue en desmedro de orar a solas en el monte o de esa búsqueda en el desierto.
Quizás esa espiritualidad ha encontrado en las barcas de pescadores y su búsqueda extrema del sustento, lanzándose al mar con sus redes y a expensas de los vientos, un paralelismo con nuestra búsqueda de la paz, de la verdad y del “alimento” que sacie esa sed de trascendencia. Pues de lo contrario, siempre rodamos por las vicisitudes de las circunstancias. Siempre vamos de aquí para allá según sopla el viento y cuando este es fuerte, cuando es tormenta entonces nuestra vida pende de un hilo.
La meditación no es calma permanente. La meditación no es un cheque o una garantía de que nuestra barca jamás atravesará tormentas. Podríamos decir que la meditación es esa voz que nos llama y nos invita a permanecer en calma en medio de la tormenta, es la voz que nos habla de la fe y es la mano tendida que nos sostiene. En ese mar de circunstancias imprevistas que es la vida, ante ese fuerte viento que sopla tan seguido y nos inquieta y nos llena a veces de miedo, la meditación con su quietud y su silencio es una voz en medio de la tormenta. Nuestra disciplina sea quizás, aprender a identificarla, reconocerla y dejarnos acompañar.
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