¿Cuántos cientos y cientos, miles de años lleva de espiritualidad la humanidad? ¿Hay algo más que debamos saber? Quizás en lo individual y personal sí. En lo personal es tanto lo que aún me falta aprender y comprender…pero como humanidad ya no hay más que “saber” sino que sólo necesitamos disponernos a practicar y a llevar a la vida aquellas verdades que la espiritualidad ha ido descubriendo. Una espiritualidad que fue evolucionando, que fue creciendo, pasando por el dios de la raza, el dios que elegía a un grupo, el dios al que había que tenerle miedo, el dios hecho ley y finalmente, quizás la mayor verdad que el ser humano ha podido alcanzar: dios es amor.
Pero como la espiritualidad no puede organizarse ni legislarse (aunque muchas personas creen que sí), es cuestión de ir comprendiendo, por eso muchas veces llamamos a este camino: “el camino de vuelta a casa” o “el camino del seguimiento”…es un camino, en el que tenemos que mantenernos a pesar de las dificultades y distracciones, a pesar de las veces que llegamos a creernos que hemos llegado a algún lado…y apenas recién hemos comenzado.
Entonces también nosotros tendremos que crecer, como tantos otros tuvieron que crecer antes y seguramente tendrán que crecer después de nosotros. Madurar. Afianzar nuestros pasos hacia la plenitud, lo que en la tradición del yoga se llama “realización”. También nosotros podremos ver en nuestra vida la relación con las imágenes y creencias que nos vamos haciendo del Espíritu, al que le tememos, del que desconfiamos, al que le pedimos protección casi mágica, del que no creemos nada o al que vamos descubriendo poco a poco, paso a paso, como un buen amigo que nos acompaña y en el que descubrimos cuánto más puede ser la vida.
Ojalá vayamos descubriendo el sentido profundo de la acción de renunciar. Ojalá dejemos de competir con un dios que nos da o nos quita, nos castiga o nos premia, para alcanzar la conciencia de que todas las cosas están en nuestra vida para ser “usadas” como recurso para establecer condiciones de vida realmente humanas, dignas de toda la belleza que el ser humano es capaz de construir.
Cada vez que nos sentamos a meditar estamos dejando de hacer y de tener todo aquello que hacemos y tenemos todo el tiempo como “seguridades” (materiales, físicas o sicológicas). Ojalá podamos sentarnos y luego levantarnos y permanecer con esa conciencia: todo en el mundo está al servicio de la plenitud humana y ese es el único sentido de tener o hacer. Tener para generar felicidad y alivio, hacer para compartir y liberar. Ojalá podamos tener la experiencia en la meditación de que es al aferramiento a lo que debemos renunciar como único obstáculo que nos impide continuar y permanecer en el camino.
Dejar un Comentario