Todos los días ocurren terremotos en la vida de las personas. Historias anónimas, de cualquier lugar del mundo que ven sacudida su vida por la guerra, el destierro, la violencia, la pobreza…para un padre de familia perder su trabajo es un terremoto. Para una mamá sufrir la enfermedad de su hijo es un terremoto. Pero cuando una tragedia toma dimensiones mundiales, cuando todos en algún momento del día vamos a detener nuestras actividades para ver un informe, entonces es por todos.
Es por todos que esto ocurre, es por todos que nos conmovemos y por un rato llegamos todos a sentir, en cualquier lugar del mundo, que el sufrimiento de los otros no nos es ajeno. La vida que nos hemos construido tiene estas características: tiene que ocurrir un terremoto en la misma ciudad 32 años después de la última vez, justo cuando las personas de esa ciudad conmemoraban la memoria de los fallecidos en aquella oportunidad. Tiene que ser así parece minutos después de un simulacro para que las cámaras estén encendidas y haya más celulares disponibles para retransmitir edificios derrumbándose y grupos de rescatistas trabajando toda la noche. Tiene que haber un huracán grado cinco que cruza de una isla a otra desvastando la vida de la gente para que todos lleguemos a sentir que es a todos que esto nos toca.
Y ahora tenemos dos caminos. Uno, ver la noticia, suspirar y volver a nuestras actividades. Otro, dejarnos conmover y al volver a nuestras actividades preguntarnos cuáles son nuestros terremotos, cuáles son los huracanes que cruzan nuestra ciudad y nuestro barrio. Qué vientos, qué temblores sacuden la vida de las personas a nuestro alrededor.
Y poner en marcha una espiritualidad comprometida con el sufrimiento propio y ajeno. Meditar por todos. Rezar por todos. Actuar en la vida de forma ética y comprometida con formas reales de aliviar el sufrimiento y lo que causa el sufrimiento de todos. Hay momentos de la vida en los que sentarse y cerrar los ojos para meditar puede llegar a ser inmoral, (un regocijo en la comodidad vulgar de nuestro ego a salvo). Demosle un sentido al sufrimiento de las personas que sufren allá lejos, demosle un sentido a los que han visto morir a sus familiares bajo escombros, o a los que sufren ahora la pérdida de sus humildes casas en alguna isla del caribe. Que al menos haya servido para nuestro despertar al sufrimiento ajeno. Entonces podremos hacer algo por estos, que sufren cerca nuestro, en nuestra vida cotidiana también sus propios huracanes y terremotos.
Si puedes hacer algo concreto por alguien que sufre de lo que sea cerca tuyo, si puedes hacerlo anónimamente, dando de tu fuerza y tu tiempo, entonces estarás haciendo algo por aquellos que sufren en una carpa de refugiados en Europa, en una isla del caribe o en México tras este terrible terremoto.
Hoy que la meditación sea de corazones activos,
de manos extendidas.
Que la meditación sea por todos.
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