Una vez más es Navidad. Y por las razones que sea, para nadie pasa desapercibido este día. Hace un año atrás además se nos sumaba la incertidumbre de la enfermedad y de sus condiciones de gravedad, se sumaba la soledad y las distancias en la que debíamos pasar unos de otros, y este año se suman las dificultades acarreadas de aquél año y medio vivido en el que muchos perdieron su trabajo, sus condiciones normales de vida y a sus seres queridos. ¿pero esto, antes…no ocurría ya?
Jesús, ese que nació en el día de Navidad cuando ya era un hombre grande le dijo a sus amigos: “a los pobres los tendrán siempre con ustedes”…no sé si como reconocimiento de su generosidad o más bien de su egoísmo. Lo cierto es que en nuestras sociedades eso se ha cumplido a lo largo de estos más de 2 mil años a rajatabla. A los pobres los hemos tenido siempre con nosotros, pero no como dato de nuestra generosidad sino como dato de nuestro egoísmo. Y nuestra sociedad llega a límites de indiferencia insospechables. Vivimos en un mundo donde convertimos el mar en un cementerio, un mudo en el que las personas cruzan continentes a pie para poder vivir soñando que tal vez, sus hijos o nietos alcancen una vida que ellos no tuvieron. Un mundo en el que el goce de los placeres y del desarrollo de pocos pone en jaque la vida misma del planeta. Por debajo de las luces navideñas, del pan dulce, de las bebidas alcohólicas, por debajo de las mesas llenas de comida y de las bolsas del shoping, los índices de suicidios entre jóvenes y adolescentes son escalofriantes y hay miles de personas en todo el mundo que viven en condiciones infrahumanas…(en un país pequeño como el nuestro, como mucho, seguramente, a una hora o poco más de tu casa alguien esté ahora mismo viviendo de esa forma). Expulsamos a la marginalidad y la exclusión a cientos de familias y luego no les perdonamos el mínimo error condenándolos a más exclusión y marginalidad.
Por todo esto ¿deberíamos perder el espíritu navideño? Creo que no, al contrario, es necesario recuperar la Navidad. Dejar de ser como los dueños de la posada o los familiares de José que dijeron “no tenemos lugar para vos y tu esposa” y empezar a ser como aquellos pastores que dijeron “sí, entre nosotros hay lugar para ustedes”. Nosotros podemos ser hoy, en pleno siglo 21 como los pastores y recibir a quien viene de lejos, a quien parece ser diferente y compartir lo que tengamos y crear las condiciones para que el niño nazca…y luego cuidarlo. Nuestra vida puede ser el espacio en el que Jesús va a nacer. No el Jesús de las catequesis arcaicas y desconectadas de la realidad, ni el de los reyes, ni el de los palacios o templos suntuosos de ayer y de hoy. No la María, ni el José, ni los pastores que justifican como imagen la desigualdad y la vida injusta pero muy “religiosa”, sino ser nosotros, cada uno de nosotros, lugar donde aquél niño frágil, nació junto a los más pobres y creció contemplando la vida de ellos y la de sus padres hasta conmoverse y dejarnos una de las enseñanzas más nobles que la humanidad pudo haber conocido.
Ese Jesús que dijo “bienaventurados los pobres, bienaventurados los que padecen persecución…” aquél Jesús que dijo “si alguien te pide que lo acompañes una milla, acompáñalo dos”, aquél que señalando unos niños dijo: “Lo que hagas a uno de estos sencillos me los estás haciendo a mí”, aquél que abrazó al leproso, que bendijo a la viuda pobre y la puso de ejemplo, que convirtió el agua en vino para que no se interrumpiera la fiesta en un casamiento humilde, aquél que calladamente aceptó las consecuencias trágicas que el poder desencadenó contra su prédica de amor y dignidad, ése necesito de unas condiciones físicas concretas para nacer. Necesitó que unas personas, su madre, su padre y un puñado de familias de pastores dijeran que sí. Y entonces él vino al mundo. Nosotros, también podemos decir que sí y crear el espacio y las condiciones. Quizás ahora ese niño ya no venga como niño nacido de una madre y de un padre, tal vez nazca ahora, en nuestra conciencia y nos pida que hagamos comunidad y desde nuestro corazón vulnerable y frágil como un niño, nos inspire una vez más y cada día a vivir una vida plena y más humana. Antes del desenlace de su vida también dijo: “Allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, yo estaré en medio de ellos”
Nos lo merecemos como humanidad. Todos merecemos y cada uno y cada una de nosotros, una vida más humana, que priorice la vida en su plenitud donde nadie quede fuera de la posada.
Martín González Cremonesi
instr de ananda , casa de yoga y meditación
navidad 2021
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