Es bien cierto que es necesario aprender y sólo se aprende sabiendo que no sabemos. Cuando decimos “ya se” entonces es muy seguro que dejemos de aprender. Para aprender es necesario dejarse conducir. Pero hay una dimensión más profunda acerca del dejarse conducir para que no se transforme o bien en una pelea de3 egos o bien en un simple cumplimiento. Vale preguntarnos, ¿en qué, en quiénes, en dónde vemos y oímos la presencia del Espíritu que nos impulse como experiencia personal a trascender las limitaciones que nos hacen sufrir? Cuando nos enfrentamos a los muros de la indiferencia, de la enfermedad, del egoísmo, de la pobreza… ¿cómo trascenderlos? ¿Cómo vivir una experiencia transformadora de nuestra visión tal que podamos saber que la vida es mucho más que ello?
Hay un “dejarnos conducir” que resuelve el problema del seguimiento a ciegas, el problema de la necesaria libertad, el problema de hacer todo “como está escrito” pero sin el más mínimo compromiso interior. Hay un “dejarnos conducir” que involucra y relaciona lo más preciado del ser humano: la libertad y la capacidad de amar.
La voz del mundo, la voz del ego nos dirá que solo nosotros sabemos a dónde ir y que nada ni nadie puede saber mejor que nosotros mismos qué precisamos…en parte es cierto: nadie puede saber mejor que uno mismo acerca de las propias necesidades, pero ¿cómo resolverlas? ¿Dónde encontrar aquello que necesitamos para ser libres y para expresar amor? También necesitamos dejarnos conducir. Necesitamos experimentar el cómo vivir, más que el qué hacer… todos necesitamos de la suavidad que trae la esperanza, de la calma que trae la entrega y la confianza, de la libertad que se experimenta cuando dejamos de calcular y forzar para empezar a vivir la plenitud, incluso a veces perseguidos por nuestros propios “anteriores” intereses egoístas…ésa es la cuestión: ¿cómo vivir con libertad y confianza? ¿Cómo andar con libertad por terrenos desconocidos y dejarnos conducir con fe y esperanza? Pretender vivir de una manera más justa, más humana, que reconozca a los otros, ¿no es acaso comenzar a dejarnos conducir? Y cuando al meditar, nos sentamos, cerramos los ojos y volvemos sobre nuestra respiración, ¿no estaremos “ensayando” ese dejarnos conducir, ahora por el silencio y la quietud hacia tierras más profundas en nuestra realidad, allí donde vive la esencia? (Pero que sólo sea un ensayo, pues la vida requiere que entre una meditación y otra, llevemos a la práctica lo “ensayado” y también nos dejemos conducir respondiendo a la realidad con aquella confianza).
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