Cuando nos sentamos a meditar, cerramos los ojos, nos quedamos quietos por un buen tiempo y eso es todo…si acaso algunos se centran en su respiración o en la repetición silenciosa de una mantra u oración como forma de sostener su presencia durante la práctica. Pero…si miramos bien… ¿qué estamos haciendo?
Al meditar (intentamos al menos), no hacer. Es un hacer que intenta dejar de hacer. Sin dudas y esto es lo que más nos cuesta, aprendemos a soltar, a dejar partir. Y al comienzo creemos que se trata de dejar partir los pensamientos y las distracciones y luego, cuando nos damos cuenta de que ello es muy difícil aparecen los primeros fracasos y con ello las primeras ayudas necesarias. Una ayuda que yo encuentro es recordarme qué es lo que vine a soltar en el tiempo de meditación. Qué es en verdad lo que vine a dejar partir, porque quizás estés enfrentando el obstáculo equivocado. Vamos a planteárnoslo de esta otra forma:
Cuando meditamos, ¿qué estamos buscando?
Yo encuentro que la palabra que reúne todo lo que buscamos es “plenitud”, en la plenitud encontramos la libertad, el amor, la conciencia…en la plenitud estaremos completamente libres de todas las limitaciones que nos impiden todo lo demás. Dice una antigua oración “libres de todo el sufrimiento y de lo que causa el sufrimiento”. Por eso creo que la meditación no intenta una experiencia (si bien experimentamos muchas cosas durante y después de la meditación) ese no es nuestro punto. El punto es que la meditación nos propone entrar en el presente porque solo allí podemos ser personas humanas. Cuando te sentás a meditar, y cerras los ojos y decidís quedarte en la quietud por un tiempo sin “hacer” nada más ni con el cuerpo ni con la mente, entonces de verdad estás dejando partir todo lo que te limita (fundamentalmente, un pesado grupo de ideas acerca de quién eres y quién deberías ser). La meditación no es un ideal que perseguir, no es un conjunto de buenas ideas, tampoco un proceso en el tiempo, sino que es la entrada una y otra vez al eterno presente en el que aprendemos que todo lo que hemos dejado “afuera” de ese eterno presente era lo que nos impedía entrar.
Si miramos bien, y todas las prácticas de atención y concentración, apuntan a esta primera parte de “aprender a mirar”, cuando te silencias en verdad estás dejando partir el pasado. Estas trascendiéndolo. Entrar en el eterno presente, en la realidad es dejar de vivir en las ideas del pasado (lo que fui, lo que me pasó, lo que me hicieron, lo que hice) y en las proyecciones de futuro (lo que haré, lo que seré, en lo que me convertiré) para empezar a vivir en lo que eres de verdad, en lo que somos. Cada día, nuestro ego nos impulsa a vivir identificados con lo que ha sucedido (placentero o desagradable) y cuando queremos acordar llevamos una cadena de “experiencias” que nos ata al sufrimiento… por eso la meditación nos invita cada día a romper esos eslabones. Cada día, en cada meditación podemos vivir la realidad, transformándonos en seres plenamente humanos. Esa plenitud que anhelamos incluso de forma no consciente muchas veces, es ingresar en la vida del Espíritu. Es vivir desde allí, y es por eso que allí somos libres de toda limitación y experimentamos espacio para ser, para decir, para compartir, para sentir con el otro no como un competidor por la misma satisfacción que busco sino, con ese otro que completa mi experiencia en la vida, sin ese otro pues, ¿qué soy?
Tener consciencia del momento presente, de este eterno presente es posible si estamos dispuestos a dejar partir completamente el pasado ahora mismo. Podemos saber, descubrir quién es que somos si estamos dispuestos a dejarnos partir a nosotros mismos (esa creencia que guardamos acerca de quien creemos ser) para dejar que surja, una y otra vez, ese misterio que de verdad somos.
Dejar un Comentario